La venganza de Elektia, el bárbaro (Pulp Fiction)

Iniciado por skillag(b), Agosto 30, 2014, 11:37:48 AM

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skillag(b)

Capítulo XXX y Final

Donde vemos como Elektia se enfrenta al líder de la secta del Corazón Diamantino e intenta consumar su venganza, pero un giro del destino en forma de revelación inusitada se lo impide al recordar la verdadera naturaleza de los hechos que consumieron en fuego y desgracia a su aldea natal. Asimismo el descubrimiento que he realizado de un documento apócrifo que cuestiona la veracidad de Elektia, el Redimido, como mito de tiempos pasados.

Los dos viejos cenicientos astros mayores del firmamento nocturno  emitían un ligero resplandor que permitía ver el signo del Corazón Diamantino, grabado como un recordatorio ominoso en el pórtico del santuario en lo alto de la ciudadela. Elektia lo miró con desdén y con rabia, las horas de estos salvajes cultistas terminarían esta noche y ahora. Con la muerte de su líder, Do-Khalur, el mismo que en persona  se había asomado a la espadaña del santuario interesado por el ruido del chocar de aceros cuando combatía contra los desdichados que habían osado interponerse en su camino, al descubrirse su intrusión escalando el muro Sur. Sentía su proximidad y su anhelo de justicia   se vería colmado.

Cruzó el umbral, no encontró las puertas trancadas ni aseguradas desde dentro, eso le disgustó, quería romperlas a hachazos, hacer patente su presencia en el corazón del enemigo. La magnificencia del interior no le deslumbró por su hermosura y nunca lo hubiera podido admirar en su forma de paladear el mundo, las columnas talladas en roca blanca que se destacaban con un tenue brillo fosforescente, los corazones de plata que se entrecruzaban como guirnaldas, el centellear de los hachones con aromas exóticos bulliendo en su interior no le interesaban, sólo eran distracciones y fruslerías y entrecerró los ojos. Reparó al habituarse a la iluminación del interior en los ballesteros desde el anfiteatro apostados en las balaustradas y los guardias de élite en filas cerradas ocupando el atrio principal. Magníficos guerreros y bien entrenados, en número de veinticinco los que se disponían en semicírculo arriba y unos veinte en tensión aferrando sus espadas. Sería una gran lucha, Elektia ya imaginaba como parapetarse en las columnas y avanzar de una  a otra burlando el silbo de las ballestas, desmembrar los brazos y piernas de tres o cuatro de los guardias de a pie que protegían el espacio dedicado al altar y ganar el acceso a la habitacíon donde los sacerdotes del culto se vestían y preparaban sus sermones. Allí  la ventaja del número no contaría defendiendo la entrada y no le podrían rodear ¡Ah, qué soberbia expectación henchía su pecho!

- ¡Pestilentes esbirros, aquí me tenéis! ¡No quedará piedra sobre piedra ni habrán súplicas de perdón que sean atendidas!- ladró más que exclamó el bárbaro mientras arrojaba tres de las cabezas de los guardias del nivel inferior, manchando las baldosas al rebotar en el pavimento.- Haceos un favor y apartad de mi camino. Puede, repito, puede, que si no lucháis y me indicáis donde se esconde vuestro amo os perdone la existencia. Para mí no sois más que muchachitos jugando con un palo a la guerra- dijo, y notó como los ojos de algunos de los guardias temblaron detrás de las viseras de sus yelmos. Mas no cambiaron de posición ni se movieron un ápice, alguien exclamó desde otra estancia con ecos retumbantes transmitidos por la alta bóveda: "Yo trataré con él, quietos"  y la puerta de la habitación que Elektia había escogido como objetivo a las espaldas de lo guardias se abrió de par en par. La figura avanzó parsimoniosa, no llevaba armadura ni pertrechos de guerra, excepto un bastón afilado como lanza por un lado y rematado como  porra por el otro y el emblema del corazón diamantino en su pecho. No cabía duda, era Do-Khalur el que andaba sin titubeos hacia Elektia y al que los guardias dejaban paso con obediencia. Ah, la gran oportunidad de zanjar años de enojosas aventuras y de jornadas al filo de la muerte al alcance de la mano. Al alcance. Justo ahí. Al fin. Nada detendrá a Elektia, ya hemos visto cómo no pestañea, cómo lucha, cómo arrasa.

-Bien, es una soberana estupidez preguntar tu nombre, no lo conozco pero conozco tus fechorías y tus actos de barbarie, y otro tanto el explicar mi identidad. Tengo curiosidad, sin embargo, en recabar tus motivos para matar a los míos, arruinar nuestros lugares sagrados y supongo que reservarme el mismo destino de destrucción ¿Por qué? ¿Qué te hemos hecho que merezca tu animosidad y tu cólera?- preguntó Do-Khalur, al cual las descripciones habían pintado como un hombre enorme y fuerte y bastaba mirarlo para entender que a Elektia se lo habían pintado así o bien para amedrentarlo o porque sus seguidores tampoco lo conocían y le atribuían dotes de mando y de fiereza de las que este hombre normal, de aspecto incluso aniñado  y anodino, carecía.

- Matasteis a mi familia cuando dormían y a la gente de mi aldea. Les prendisteis fuego...¡Sé que a ti no te parece importante, pero a mí sí, maldito chacal!¡ Recuerdo el nombre de Hilnagor y lo marcaré a cuchillo en tu pecho, como lo tengo yo indeleble!

- ¿Hilnagor, dices? No la puedo recordar, refrescame la memoria ¿Qué dioses os tutelaban allí, a qué le rendíais culto?¿Hacías proselitismo de vuestros dioses con las armas?-ni la frialdad de la actitud de Do-Khalur marcada en sus ojos,ni la musicalidad de sus palabras, ninguna dicha en un tono ni muy enfático ni muy apagado,  lograrían confundir a Elektia.

- No venerábamos más que al río que nos ofrecía el barro, eramos artesanos de la cerámica. Y no teníamos necesidad de imponer a la fuerza las creencias, en el Norte de Hylys los pueblos vecinos compartían el amor a la naturaleza. Lo cual hace tu crimen más execrable, poco importa lo que creyéramos si tus huestes mataron a aldeanos pacíficos.

-Te equivocas, no, no, es justo lo más importante. Dices que los tuyos no contaban con armas y vivían tolerantes, que no formaban ejércitos. Y nuestro culto no ataca más que para defenderse ¿Crees que es fácil salir a flote en estas tierras, donde surgen cultos a los demonios, a los espíritus, a las serpientes, a la propia muerte, a dioses vengativos que quieren pilas de calaveras interminables en su honor? Atacamos para no sucumbir y para que nuestro mensaje no decaiga

- Sí, vuestro mensaje de arrancar corazones....Escupo en eso

-Eso es completamente falso, habladurías de los cultos rivales para desprestigiar lo  que no pueden entender, una mentira de acuerdo a sus procederes para no perder su influencia. Ellos hacen lo mismo y nos acusan de sus propios pecados ¿Te has parado a escuchar lo que predicamos, que el corazón de los hombres es duro como el diamante pero que puede elevarse con el amor hacia sus semejantes? ¿Que el corazón es un diamante al que se puede tallar para extraer amor, que es un diamante más refinado al ser una elección personal y que cuesta trabajo y esfuerzo pulirlo?¿Que la dureza natural del corazón humano predispone a la inicuidad? Por tu expresión deduzco que te has limitado a exterminarnos y que mis palabras te son inéditas ¿Te has parado a recapacitar el por qué no enviábamos hombres a buscarte y a capturarte como si de un perro rabioso se tratase? Esperábamos que te detuvieses.

- Por miedo, claro está- replicó Elektia

- Por esperanza en qué cambiases, que una brizna de amor por otro ser alentase tu alma y que olvidases el odio que te corroe. Que reparases en el daño que causabas y sintieses un sincero arrepentimiento. Por amor hacia la posibilidad de que tenías una posibilidad de renovarte y cambiar.

-No lo entiendo, tus palabras son engañosas, una serpiente escondida en un jarro de miel sigue siendo ponzoñosa. Darán igual cuando separe tu cabeza de tu cuerpo, entonces sentiré amor por el trabajo terminado. No puedo creer esa blandenguería, que a la vez prediques amor y luches-dijo Elektia, en las filas de los guardias que presenciaban la escena la referencia a separar la cabeza de Do-Khalur produjo murmullos y una inesperada risa que se contagió entre los hombres.

- Silencio-. Ordenó Do-Khalur sin levantar la voz-. Sé que es difícil entenderlo, pero así es, y comprendo que nuestras creencias te parezcan incomprensibles y débiles, por esa misma razón hay que dotarlas de fuerza. Creo que si sientes amor por la lucha te estoy haciendo daño negándotela. Por muchas palabras con las que intente convencerte no calarán en tu conciencia. No queda más remedio que luchar, supongo. No es nuestra intención matar sino protegernos de los que si quieren acallar el mensaje del perfeccionamiento del diamante del hombre, duro pero moldeable-recitó Do-Khalur con resignación y los guardias repitieron "duro, pero moldeable", no en vano era la máxima que resumía su culto para los que se aproximaban a su religión-. Luchemos, pues.Guardias, formad un círculo, si caigo derrotado dejad que este bárbaro viva, es lo menos que le podemos ofrecer.- y acalló con una fría mirada los brotes de incredulidad que despertaba la mención a una derrota de su jefe.

-Esto toma otro color, el rojo-.dijo Elektia

Elektia avanzó unos pasos empuñando su fiel compañera, el hacha a dos manos que tanta sangre había recibido como forja, Do-Khalur se limitó a observarle a su encuentro, ni un gesto de emoción se translucía en su rostro ¿Desdén, confianza en sus habilidades, sangre de glaciar en sus venas? El círculo de hombres se cerró formando un redil para la batalla, una lechuza aleteó hacia una estatua y chirrió en su arcano lenguaje, una ráfaga de viento pasajero animó a los estandartes e hizo tintinear los corazones de plata entrecruzados.

Elektia no se hace de rogar, vigila con el rabillo del ojo a los guardias por si se tratase de una emboscada y confiado en su docilidad carga contra el hombrecillo. Da un tajo furioso que se pierde en el aire, Dol-Khalur lo esquiva con gracil suficiencia. Arremete por el lado izquierdo y simula el ataque pero cambia a la mitad de la estocada hacia el lado contrario, no le engaña y cambia de postura. Este hombre le lee los pensamientos, no es posible. Elektia gira en derredor del contrario y se adelanta y retrocede, Do-Khalur no se inmuta. Elektia rueda por el suelo cuando ve el instante preciso en que pestañea el otro, con la intención de barrer sus pies y hacerle caer, Do-Khalur se impulsa hacia atrás en una voltereta apoyando las palmas de sus manos en el suelo. Es como pelear con una ilusión, pero no se desanima, llegará el cansancio y lo tendrá en el cuerpo a cuerpo, donde no será un peligro. De modo que lanza ataques constantes, al finalizar la serie tira la pequeña daga que guarda en su jubón y Do-Khalur agacha la cabeza; la daga cruza el espacio y penetra en el cuello del guardia que presencia la escena , con sorpresa el desafortunado trata de arrancarla pero se desploma con la sangre manando a borbotones al retirarla y con estridentes soplos de aire . Algo cambia:

-¡No!-exclama Dol-Khadur,y Elektia comprende cual es un punto a su favor al que aferrarse. Su debilidad por los sentimentalismos sería su perdición, al menos una treta para rascar la superficie de imperturbabilidad del jefe de la secta. Puede que se enfurezca, puede.

- Cruza tu arma conmigo y esto no sucederá ¿Quién puede asegurar que una de tus escapadas no provocará otra muerte de los tuyos por accidente? Hipócrita, no me buscaste cuando los mataba lejos y ahora finges dolerte en su presencia. Sal de tu guarida, bastardo, ¡pelea como un hombre y no como un acróbata del mercado!

-¿Hipócrita? Mirate bien a ti mismo con honradez, colmar tu venganza en quienes en nada te han perjudicado no es valentía ni reparación de un daño, estás movido por el alto concepto que has fabricado de tu persona y en contentar tu vanidad. Tengo planes para ti, planes asombrosos en beneficio de mi culto. Dices que quieres pelear y sangrar. De acuerdo, pues, me lo facilitas sobremanera.

El hombrecillo modesto entonces lanza la mayor ráfaga de golpes que ojo humano hubiese visto con anterioridad, valiéndose de la maza golpea fuerte y rompe la defensa de Elektia, con la punta de la lanza le inflige cortes de cirujano en las manos, en los pies, en el pecho, ninguno mortal. Elektia retrocede y procura no temerle, al tiempo que lo hace la masa de los guardias se mueve al compás, como un hielo flotante danzante en el mar se asemejan las armaduras blancas y ribeteadas de azul en vaivén. Las manos le duelen pero sostiene aún el hacha, por instinto busca el refugio de una de las columnas para parapetarse. Mira al contrincante como tantas veces ha hecho para amedrentarlo fijando con dureza sus ojos, pero Do-Khalur no cae en artimañas, entre otras razones, porque nada parece afectarle y lleva las de ganar. Elektia baila en los flancos de la columna, intenta acumular fuerza para un golpe definitivo. Toma aire por la boca y levanta su arma de tal forma que el bastón de Do-Khalur se quiebra en la defensa en dos , uno de los fragmentos choca contra uno de los braseros colgados sobre sus cabezas. El brasero esparce el fuego en el espacio ocupado por Do-Khalur y Elektia se presta a una estocada horizontal que siente como impacta en el vientre.  Asunto resuelto, piensa, pero su sorpresa es mayúscula cuando descubre que no ha hecho mella, el fuego consume el ropaje de Do-Khalur, envuelto en llamas y ausente de dolor y de sangre.

- Malditos sortilegios, ¡lucho contra una aparición y el de carne y hueso está en otro lugar! ¡Pero por el sagrado río que Elektia te reducirá a cenizas y resolverá esta magia infernal!- y aferra de nuevo el hacha, listo para otra acometida.

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El mensajero espoleó a su montura, pensaba aún poder llegar a tiempo de avisar del ataque a la fortaleza de vigilancia y de la peligrosa cercanía de aquel asesino a la ciudadela principal del culto al que pertenecía, podía salvar muchas vidas. Todo lo que había visto en el  lugar del ataque le era tristemente familiar, incluso el superviviente colgando de sus tripas para que diese testimonio del demonio surgido de la nada; con misericordia y pesar lo había rematado antes de escuchar de sus labios que había confesado el emplazamiento de Do-Khalur. Era la marca del salvaje bárbaro que parecía haber iniciado una cruzada personal contra ellos. Y la vida del mensajero había cambiado, se había convertido en portador de malas nuevas y de mensajero siempre a deshora, el aviso al santuario de Kha-Thora y a su duplicante  un fracaso, la advertencia al Creador de la Mente y a su propia criatura una misión donde lloró por la pérdida de aquel hombre sabio y de su informe pero clarividente y bondadosa bestia, se le adelantaba la muerte a sus designios y se culpaba. Había preferido el errar sirviendo de factotum del culto evitando las miradas curiosas e insidiosas a cuenta de la máscara que le cubría el lado izquierdo de la cara, arreglando precios de mercancías y de leña, estableciendo nuevas comunidades y pactando con los cultos rivales treguas, mil y una labores resueltas satisfactoriamente cabalgando por las inmensas llanuras y durmiendo al raso, conservaba la tradición de dedicar unas palabras a los ríos junto a los que acampaba, un recuerdo de su otra existencia. Esa mismo goce de ir y de venir ahora le acongojaba, y la inutilidad de sus esfuerzos lo dejaba en mal lugar en el peor de los recovecos posibles: su conciencia.

Llegó a la puerta principal de la ciudadela y dio un par de voces; nadie le atendió, la sospecha de haber fallado de nuevo le embargó. El guardia que se interesó lo hizo con desgana, parecía no poder perderse lo que sucedía en lo alto del enclave, en la lejanía, y estaba expectante, el jinete disculpó aquella relajación en la disciplina cuando informó de su misión y le explicaron que efectivamente, el mismísimo cruento demonio había burlado la entrada principal escalando a pulso la escabrosa barranca opuesta. Apretó espuelas, no les echó en cara cobardía a los hombres que no se movían  de sus puestos y voló hacia el santuario interior mientras lúgubres nubes tapaban las dos grandes luminarias del firmamento. Quería conocer a semejante criminal y ponerle cara, apartar los desgarradores sueños que materializaban monstruos y contemplar su rendición ante Do-Khalur, no pretendía sino dotar de facciones al fantasma inasible que escapaba. Quizá le escupiría cuando nadie estuviese mirando, ya que había escuchado extraños rumores de que su lider no pretendía ajusticiarle, no lo entendía pero lo respetaba, pero  el mensajero podría mostrarle su desprecio aunque las enseñanzas lo prohibieran y desquitarse. Luego se arrepentiría, pero nadie le iba a impedir expresar su arraigado y viscoso desprecio.

Se apeó a la puerta del santuario, ya en el umbral distinguió el fuego chisporroteando y una figura que yacía sin vida y escuchó:

-¡Pero por el sagrado río que Elektia te reducirá a cenizas y resolverá esta magia infernal!- y el rostro de Denektia, el mensajero, palideció con intensidad. Parpadeó emocionado, o disgustado, o sorprendido, o alegre al ser una amalgama de contrasentidos ,  y una sustancia solida se le acumuló en el pecho, sofocándole. Tuvo la entereza de alzar la voz:-¡Para, hermano!- la congregación intentó comprender, Do-Khalur escapó del cerco de llamas y algo se quebró y onduló , Elektia se detuvo en seco e interrogó sin palabras. La lechuza, desde su aposento en la estatua, emitió un quejido lastimero.

Los dos hombres permanecían en un denso silencio sentados en la escalinata conducente a la espadaña del santuario, un silencio comprensible puesto  que luego de una explosión y de un ruido atronante nada aflora de los labios con facilidad. Ni siquiera se miraban, cada uno se reducía a los límites en su interior. El del rostro lacerado , carbonizado y agrietado como una tierra volcánica se ajustaba la máscara, ocultando lo que de ser visto a las claras causaría malestar ante el disgusto de un curioso; ese hueco en la órbita del ojo, esa superficie irregular. Pensaba en lo sucedido valiéndose de ninguna retórica, era un hombre que no gustaba de rodeos: " No sé, ¿esto es afortunado o una desgracia? Tantos años de echar de menos a la familia, de sufrir por la tragedia e imaginar los cuerpos carbonizados sin sepultura a la intemperie , de preguntarme por si hubieron supervivientes en la aldea han acabado con un conocimiento vacío. Elektia fue el responsable..., pero creo que su sufrimiento es incomparable, atroz. Primero reaccionó incrédulo y desafiante, estaba convencido de que reconocerle por su nombre y la invocación al río sagrado de nuestra niñez formaba parte de una treta. No es de extrañar, los prodigios de la magia lo hacen todo posible. Se revolvía como un animal y negaba. Yo no tenía nada que perder y arrojé las armas, si el destino quería impedir, otra vez más, mi cometido, que así fuese. Entonces le recordé el nombre de la aldea y el de nuestros padres, ningún sortilegio me habría dado a conocer esa información. Le hablé del día anterior al fuego, la fiesta con motivo de su iniciación, la aventura de todo niño de once años de edad de vagar por un mes en solitario viviendo de lo ofrecido por el río y cobijado por la naturaleza para sumarse a ella y respetarla. Elektia no era muy hábil con la yesca y el pedernal, en el viejo granero abandonado le intenté enseñar porque me lo pidió y  me preocupaba el que saliese hacia su iniciación sin dominar el prender el fuego. Le costaba, era un chico con mucha energía pero carecía de constancia y le interesaban muchas cosas a la vez sin orden ni concierto, saltaba de una a otra, recogía el barro del río y veía a un pez brincar en la superficie del río y allá se iba a investigar si habían más o a tratar de atraparlo con sus manos.  Le enseñé la técnica, encendí el fuego para que comprobase que funcionaba, no como él decía, la yesca no estaba humedecida, no pongas excusas, Elektia, y lo apagué. Te toca a ti,  quería ir a la fiesta a bailar y beber, y hacerme el encontradizo con la chica de ojos verdes del panadero y su sonrisa. El Elektia sanguinario  miró al fuego derramado en la lucha con el jefe cuando lo contaba. Estaba como hipnotizado, y sé ahora que lo que surgía del lugar recóndito de su memoria era como vomitar piedras, o expulsar cristales. No...estaba preparado para escucharle que lo veía claro, el fuego lo había encendido y loco de alegría corría para avisarme a la plaza, allí me habían visto marcharme con la hija del panadero hacia la orilla del embarcadero, y no te encontré, resbalé en las maderas y perdí el conocimiento. Quise abrazarlo y restañar sus heridas pero me apartó con un gesto ¿Qué iba a ser de su vida si la había dedicado a la destrucción? ¿Cómo podía fiarse de sí mismo si en lo principal había tapado su responsabilidad, habiendo elegido el falsear la realidad? Dijo que despertó y vio como se me llevaban unos hombres del culto, unos jinetes con un estandarte de un corazón reluciente, supuso que me harían prisionero o que se divertirían conmigo torturándome. Si no hubiésemos estado todos tan ebrios hubiésemos podido escapar, con eso lo exculpé. Mira, me curaron y protegieron y salvaron mi vida, pude que contigo hagan igual. Pero era como declarar la guerra a una tormenta de arena, una futilidad. Do-Khalur pidió que todos se retirarán y en un aparte me contó que hiciese lo posible para que mi hermano reconsiderase el iniciarse en el culto, era una historia que marcaría diferencias con las apologías insensatas y fantásticas de otros cultos, un marchamo de grandeza y de diferenciación, la del asesino domado y arrepentido por las creencias del Corazón Diamantino. No me gusta la idea de manipular a Elektia, ¿pero qué hacer para recuperarlo y dotarle de un objetivo, haciéndole la vida menos ingrata? Le he vendado las heridas y aún no le he ofrecido la oferta, no puedo obligarle, no puedo hacer de mi propia funesta historia una enseñanza para ganar adeptos. ¿Cómo explicar sus acciones? ¿Cómo, por lo más sagrado? "

- Elektia, hay una forma de solucionarlo- dice Denektia  sin mucha convicción.

-No quiero saber nada, subiré arriba. No me sigas- y recorre fugazmente con la mano el lado intacto del rostro de Denektia.

Elektia sube a la torre junto al corazón tallado en puro diamante y contempla entristecido las estrellas, la Constelación del Río brilla refulgente. Siente que algo le roza en el hombro, es la lechuza del interior remontando el vuelo y aleteando hacia su oquedad en un tronco, allá abajo en el desfiladero cortado a pico , como un alma fugitiva recogiendo las enseñanzas de la noche retirándose a censarlas y catalogarlas con sosiego en su celda. Y el bárbaro queda ensimismado.

Coda


La historia finaliza así, la versión canónica al menos, sólo me he limitado a su transcripción y a insuflar humanidad a su héroe y sus compañeros de epopeya. Sin embargo mi compromiso con la verdad, pese a pertenecer a esta orden del Corazón Diamantino en declive, me obliga a descubrir una información llegada a mi poder de casualidad. De entre los escombros de uno de nuestros lugares santos, arrasado por el ataque del culto escindido al Dios Do-Khalur, recuperé un manuscrito dañado por los dientes de pequeñas bestezuelas y la carcoma en las ruinas de la biblioteca. Se trataba de una crónica escrita de puño y letra por Denektia. Numerosas páginas han quedado ilegibles, pero la tocante a este punto donde acaba mi relato es significativa. Ya habrá tiempo de rellenar los huecos de lo borrado y escribir una crónica dedicada a Denektia, que escribía con honradez y suma sinceridad describiendo el auge del culto y su imposición en el continente, y la desaparición voluntaria de Do-Khalur al entender su degeneración y su desviación; se le hizo insoportable la deificación y la tergiversación, las luchas internas y la adopción de creencias espureas para nuestra hegemonia le defraudó, es de todos sabido entre los conocedores de las escrituras, que disminuimos ante la pujanza y la barbarie de los que prefieren los actos de un Dios todopoderoso. No está mal el recordarlo para las generaciones futuras, si estos papeles se salvan contarán con una versión diferente a la oficial, dirán apocrifa pero relevante y con visos de ser cierta. Sin más transcribo lo escrito por Denektia, el tono de su escritura es directo y sincero, una obra movida por el recuerdo, sólo para él y no con el propósito de difamar:

" Elektia llevaba mucho tiempo en lo alto del santuario. Aunque me advirtiese que no subiera su tardanza me extrañó y desoí su consejo. Allí no estaba, era imposible que hubiese bajado por la escalinata, la idea de bajar escalando era inviable, no habían asideros para descender. Removí el templo entero, nadie lo había visto, no quedó estancia sin inspeccionar. Dormí mal. Me pidieron explicaciones que yo no podía dar, sospechaban de mí. Puedo decir que me sentía aliviado, de alguna manera había escapado y estaría en otro lugar, sin ser usado como una leyenda y sin ser adoctrinado a nuestra conveniencia. Le deseaba paz de espíritu, pero no quería engañarme tanto como él había hecho con su venganza ¿Qué fue lo que la provocó?  ¿La inconsistencia de una mente insegura, despertando de la inconsciencia y disponiendo las piezas de las que contaba, un espejo recompuesto al revés? ¿Un esfuerzo para no sentirse un criminal y no afrontar el hecho del accidente? Se había engañado y convencido, o estaba convencido de lo forjado por su imaginación. Ese niño voluntarioso e impulsivo, mi pobre hermano.

Dos días después le encontraron. Fui llevado a reconocer el cuerpo magullado y medio hundido en el barro de un recodo del río, a unas millas de distancia. La boca la tenía parcialmente taponada con el barro rojizo, me reconfortó la paz que veía en su rostro, pese a las heridas y la sangre coagulada. Los vendajes  pertenecían a la misma tela de mi jubón y de mi camisa con las que los había confeccionado, era en efecto Elektia. Sin un grito se había arrojado desde lo alto y rebotado por las rocas de la pendiente, terminó cayendo al río y arrastrado por la corriente. Enmudecí, no recuerdo mucho, sólo a Do-Khalur ofreciéndome un plan. Yo me convertiría en Elektia, se me presentaría como al bárbaro arrepentido, nadie mejor que yo para representarlo. Incluso mi cara deformada serviría para el engaño, en la lucha contra Do-Khalur habría recibido supuestamente semejante herida. Bastaría con tenerme alejado unos meses de la actividad pública y fortalecer mi cuerpo. Asentí distraido pero con profundas dudas; ¿cómo un hombre insensible al dolor, desconocedor de la naturaleza humana y apartado de ella como Do-Khalur se afanaba en valorar el amor hacia los semejantes? Puede que él no sintiese nada parecido en su interior, puede que se condenase a obligarse a imponerlo en otros, semejante obsesión no parecía natural, que Do-Khalur me perdone ¿Y engañar a nuestro favor con esta patraña no era faltar al respeto con el que se construye al amor? Do-Khalur me ofreció recomponer mi aspecto una vez concluido el peregrinaje de esparcir la leyenda y consolidar nuestra superioridad, restaurar ojo y rostro, tenía el poder para hacerlo. Creía ganarme con esa promesa, se equivocaba profundamente. Sus palabras son sedosas y embriagadoras pero huecas si uno lo reflexiona con atención, fuera de su narcótica presencia. Le debo, sin embargo, la vida y una posición ventajosa en el mundo. "