Guerra Irak-Irán en los años 80: una visita al frente

Iniciado por Eye del Cul, Noviembre 28, 2011, 10:26:11 PM

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Eye del Cul



Citado de La Gran Guerra por la Civilización, del corresponsal Robert Fisk:

CitarSin embargo, allí terminaban los paralelismos. Porque el soldado más joven --que nos dio la bienvenida como un colegial emocionado en la entrada-- tenía sólo catorce años, hacía gallos con la voz, o bien por el miedo o bien por su hombría. El mayor tenía veintiún años, era un voluntario islámico de «la Cruzada para la Reconstrucción» de Irán, que nos expuso los principios del martirio mientras los cañones disparaban a lo lejos. El martirio, me dieron a entender, era un tema muy discutido en este refugio subterráneo porque se presenciaba en muchas ocasiones.

Sí, afirmó el niño de catorce años, dos de sus amigos de Kerman habían muerto en la batalla por Dezful; uno de su edad y otro sólo un año mayor. Dijo que había llorado cuando las autoridades retrasaron su viaje al frente de guerra. Le pregunté si de verdad había llorado. ¿Un niño llora porque todavía no puede morir? ¿Es que ahora íbamos a tener guerras de bebés, no guerras que matan a bebés --en las que nos habíamos especializado durante el siglo XX--, sino guerras en las que bebés, niños de voces cambiantes, salían a matar? Los comentarios del niño de catorce años resultaban increíbles, genuinos y terroríficos al mismo tiempo. Además, era un discurso carente de toda teatralidad, puesto que habíamos escogido por casualidad su refugio subterráneo cuando nos protegimos del fuego de proyectiles del exterior.

No cabía duda de que esos niños soldados entendían con toda claridad la ideología del martirio dentro de su claustrofóbico búnker de arena y tierra. Cuando pregunté por la aparente disposición de los iraníes a morir en la batalla, los soldados señalaron con la cabeza hacia otro soldado muy joven, con barba y mirada intensa, un rifle en la mano, sentado con las piernas cruzadas sobre la sucia alfombra de la entrada. «En Occidente --dijo-- sería difícil, tal vez imposible, entender la aparente obsesión de Irán con el martirio». Por tanto, ¿quería él morir en esta guerra?

El joven habló en voz alta, con una pasión casi monótona, rezando más que respondiendo a nuestra pregunta. Hassan Qasqari, soldado de la voluntaria Cruzada para la Reconstrucción, era un hombre cuya fe iba más allá de cualquier pregunta. «Es imposible que en Occidente lo entiendan --dijo--. El martirio nos acerca más a Dios. No buscamos la muerte, pero sí aspiramos a la muerte como el paso de una forma de vida a otra, y morir mártires mientras atacamos a los enemigos de Dios nos acerca más a Él. El martirio tiene dos etapas: nos acercamos a Dios y también retiramos los obstáculos que existen entre Dios y el pueblo. Los que ponen obstáculos a Dios en este mundo son los enemigos de Dios».

No cabía duda de que identificaba a los iraquíes con esas fuerzas hostiles desde el punto de vista teológico. De hecho, justo en ese momento, como si llegara de Dios más que del ejército de Saddam Hussein, se escuchó un ruido atronador de artillería y Qasqari levantó el dedo índice hacia el cielo. Esperamos a escuchar donde caería el proyectil, temiendo ese impacto directo en que ningún soldado quiere pensar. Se oyó una tremenda explosión más allá de la trinchera, justo detrás del búnker, la vibración hizo temblar el refugio. A continuación se hizo el silencio. No podía imaginar este discurso en un refugio subterráneo iraquí. De hecho, no podría haberlo escuchado en ningún otro ejército. Tal vez algún capellán militar británico o estadounidense podría haber hablado de la religión con ese grado de imaginación. Y a continuación me di cuenta de que esos niños soldados iraníes eran todos «capellanes»; eran todos sacerdotes, todos predicadores, todos creyentes, todos --en ese momento entendí la expresión-- «seguidores del imam». Se escuchó una nueva pulsación de ruido en el exterior de la trinchera.

Qasqari parecía complacido con la explosión del proyectil. «Nuestro deber primordial --dijo Qasqari-- es destruir a las fuerzas enemigas para que el orden de Dios prevalezca en todas partes. Convertirse en mártir no es algo pasivo. Hussein, el tercer imam, acabó con tantos enemigos como le fue posible antes de convertirse en mártir, de modo que debemos tratar de conservar la vida». Me dijo que, si yo no entendía eso, era porque el Renacimiento europeo había acabado con la religión y ya no se atendía a la moral ni a la ética, sólo se prestaba atención al materialismo. En vano intenté restañar su monólogo e inyectar a sus rígidas creencias argumentos sobre la humanidad y el amor. «Europa y Occidente han confinado estas cuestiones a las iglesias --comentó--. Los occidentales son como peces en el agua: sólo pueden comprender su entorno inmediato. No les importa la espiritualidad».

Nos despidió sin rencor tras ofrecernos a Kifner y a mí unas naranjas al salir del refugio subterráneo, y antes de enfrentarnos a la peligrosa y deslumbrante arena del exterior. ¿De qué modo debíamos despedirnos nosotros? Los miramos a los ojos, eran los ojos de unos niños que, en cierta forma, ya estaban muertos. Habían iniciado su viaje. El siguiente proyectil estalló a unos cien metros detrás de nosotros cuando corríamos por la trinchera. Fue una explosión ensordecedora de humo negro y gris, que hizo saltar por los aires parte de la carretera y nos puso los pelos de punta, no tanto por el peligro que entrañaba como por la claridad y crudeza con que nos presentaba lo que significaba convertirse en mártir.
«Porque buscar a alguien patético en Internet es como buscar caballos en un establo: encontrarás alguno, seguramente» -- Phobos Anomaly

Murder Death Kill


Kurtz

Buof... Muy bueno el texto, ¿hay más por ahí?

Desde luego esa gente como enemigo es mucho más peligrosa de lo que puede parecer. Pero, vaya por Dios, hasta dónde llega el fanatismo por el susodicho...

Eye del Cul

Sí, hay más, mucho más. El libro es largo --tiene unas 1.500 páginas--, y muy crudo. Habla sobre los conflictos de Oriente Próximo de los últimos treinta años, con la excepción de Líbano, que cuenta con otro libro aparte sólo para él.

La guerra entre Irak e Irán fue especialmente cruel porque se alargó durante ocho años, y terminó degenerando en una lucha de trincheras parecida a la de la 1ª Guerra Mundial. Los iraquíes atacaron a Irán un poco a traición, creyendo que el país, entonces en plena revolución islámica, se derrumbaría rápidamente. Se equivocaron por completo; y sin esperárselo se encontraron combatiendo contra gente tan motivada como el Hassan Qasqari que menciona el texto. Sólo pudieron detener a los iraníes usando armas químicas de forma masiva, con el consentimiento tácito de Occidente --de hecho, las carcasas se fabricaban aquí en España--...

Si os digo la verdad --y sé que parecerá una auténtica locura--, a mí los niños soldados iraníes que describe el texto me dan un poco de pena, pero también envidia. Es una sensación extraña. Al menos tenían muy claro para qué vivían y por qué morían. A su manera, eran una gente muy auténtica. A mí me gustaría sentir sólo un poquito de la fe del tal Qasqari; si al final murió en la guerra, seguro que lo hizo rebosante de felicidad. Cuando uno sabe para qué vive, puede soportarlo casi todo; y si tu causa es lo bastante elevada, morir como mártir partido en dos por un obús incluso empieza a tener cierta belleza terrorífica. No lo sé, la verdad. Pero en otro fragmento del libro --lo buscaré--, Fisk sufre otro choque mental parecido al hablar con otros soldados iraníes; se encuentra con que esas personas, hambrientas, cansadas y bombardeadas sin interrupción, se están compadeciendo de él.
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Kurtz

Tenés razón con lo del modo de vida/muerte de esos niños. Algo parecido pensaba yo al anhelar un conflicto armado o algo similar, supongo que como método para darle un sentido a una vida que en parte se ve pasando sin más...
Ellos tienen un cometido, y como dicen, no es que busquen la muerte, pero si la encuentran, no sólo se irán felices, sino que tanto para ellos como para los que los rodean, no podría haber sido de una manera mejor.

Me apunto la recomendación del libro. Y agradecería cualquier otro extracto como el que pusiste. Impresiona ver "de cerca" la mentalidad de esa gente.

UrKraFt

#5
Edito el post.

Eye del Cul



Ahí va otro pedacito... Unos años más tarde, durante la operación "Kerbala 5"; los iraníes han expulsado al ejército iraquí de su país y han llevado la guerra a Irak, a los alrededores de la ciudad de Basora:

CitarUnas horas antes, Saddam Hussein había declarado que aquella carretera elevada se convertiría en un «horno» --Black y yo sospechábamos con suspicacia qué había querido decir con eso-- en el que los iraníes perecerían. Sin embargo, toda la protección que llevaba aquel niño consistía en un pañuelo rojo atado con fuerza alrededor de la cabeza, un pañuelo que llevaba estampada en amarillo la supuesta invocación de Dios para destruir al régimen iraquí. «"Dios santo", dijo Dios --recuerdo que decía el Dios del poema de John Squire--, "me han quitado el trabajo"». Tampoco la Primera Guerra Mundial era un cliché esta vez. Con al menos un millón de muertos, la batalla del lago Fish fue la del Somme y la de Passchendaele juntas, pero con el sacrificio convertido en un alborozo demencial por Mazinan y sus camaradas. Un niño de unos trece o catorce años --que estaba de pie junto a un refugio-- me miró, se quitó lentamente el casco, se llevó un Corán al corazón, y me sonrió. Era la ofensiva Kerbala 5, y ese niño, estoy seguro, creía que pronto estaría orando en el santuario del imam Hussein. A su manera, era una visión tan profundamente impresionante como inmensamente triste. Aquellos jóvenes creían que eran inmortales a ojos de Dios. Eran más inconscientes que intrépidos: eso era lo que los hacía únicos y, no obstante, vulnerables. Habían encontrado la clave, habían descubierto el mecanismo de la inmortalidad. Nosotros no. Así que él era valiente y reía, mientras que yo sentía miedo. Yo no quería morir.

Los lodazales que había a nuestro alrededor estaban sembrados de bombas sin explotar, grandes bestias de aletas grises como tiburones, que habían quedado medio enterradas en la masa húmeda cuando la fuerza aérea iraquí había intentado en vano detener Kerbala 5. «ESTAMOS GANANDO», proclamaba una pancarta blanca por encima de un refugio destrozado, cuyos muros estaban hechos de cajas vacías de munición y vainas de proyectiles. ¿Quién podía dudarlo? Los iraquíes tenían cinco líneas defensivas frente a Basora y los iraníes ya habían rebasado las tres primeras. Los T-72 de Irak que habían sido capturados por los iraníes volvían a colocarse en sus posiciones, pero con los cañones en dirección contraria para disparar hacia Basora.

Mazinan afirmaba --con total sinceridad-- que la batalla la habían ganado los Guardianes de la Revolución, que el ejército regular iraní sólo había proporcionado logística y fuego de apoyo, que Irak había sufrido 15.000 bajas y 35.000 heridos, que se habían destruido 550 tanques y más de un millar de vehículos blindados. Sin embargo, protesté con imprudencia diciendo que los iraníes estaban aún a mucha distancia del centro de Basora. Los ojos de Mazinan se abrieron muchísimo tras sus grandes gafas. «Venga», me dijo, y me vi propulsado por ese gigante necio --que en realidad era casi demasiado racional cuando hablaba de una guerra religiosa-- hacia otro gran terraplén de fango. Lo ascendimos con dificultad y bajamos por el otro lado. Era la tercera línea iraquí, y ya estábamos por delante de ella. Las balas silbaban a nuestro alrededor. Recuerdo que pensé en lo mucho que se parecía ese ruido al zumbido de las avispas, avispas de alta velocidad, y las oía "repiquetear" hacia el barro que quedaba a mi espalda. Mazinan me agarró del brazo derecho y señaló hacia unos pilares de humo negro que colgaban como telones de funeral ante nosotros. «¿Ve ese edificio?», preguntó. Por entre la oscuridad apenas lograba distinguir el contorno de un bloque bajo y rectangular. «¡Eso --exclamó Mazinan-- es el hotel Sheraton de Basora!»

[...]

«Nos gustaría marcharnos ya», le grité a Mazinan. Él enarcó las cejas. «Marcharnos --exclamó Black--. Queremos marcharnos, marcharnos, marcharnos». Mazinan nos miró a ambos con algo peor que el desdén. «¿Por qué?», rugió. Porque somos unos cobardes. Venga, Fisk, dilo. Porque estoy temblando de miedo, y quiero sobrevivir, vivir y escribir mi artículo, y coger un vuelo para volver a Teherán y regresar a Beirut e invitar a una joven a una copa de buen tinto en mi balcón.

Mazinan le hizo un gesto al conductor con la cabeza. Después alzó la mano derecha a la altura del rostro y cerró y abrió los dedos, la clase de saludo que ofrece uno cuando es un niño pequeño. Adiós, adiós, nos decía suavemente. Imitaba a la madre que se despide de sus pequeños. Así pues, nuestro camión torció a la izquierda, dejó atrás el dique y traqueteó por un largo paso elevado hacia las ruinas de Jorramshar.

[...]

Regresé de la batalla del lago Fish con un sentimiento de desesperación. El niño que había sostenido el Corán contra su pecho creía; creía de una forma que muy pocos occidentales, y me incluyo, podían comprender ya. Ese niño sabía, con tanta certeza como que estaba vivo, que el cielo le esperaba. Iría directo allí --en tren expreso, sin paradas, sin limbo, sin retrasos-- si tenía la gran suerte de que lo mataran los iraquíes. Empecé a pensar que la vida no era lo único que podía morir en Irán. Se estaba produciendo, de una forma indefinible, un proceso de muerte dentro del Estado mismo. Era como si, en una nación que miraba más al pasado que al futuro, en la que las mujeres tenían que vestir de luto perpetuo, en la que la muerte era todo un logro, en la que los niños sólo podían alcanzar su hazaña más heroica sacrificando la vida, el país se estuviera castrando, como si avanzase hacia una experiencia negra que tenía un paralelismo espiritual con la matanza de Camboya más que con el ancestral campo de batalla de Kerbala.
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